De baratijas y poco valor pero con mucho brillo está lleno el mundo urbano.
Lo sólido e inalterable, lo fuerte, auténtico y fiel escasea en nuestro entorno y relaciones: sentimientos baratos, falta de autenticidad, fragilidad, engaños y parecer lo que no se es.
Vivir de apariencias es oropel. Fingir y disimular.
Cuánto de ello percibimos a diario y cuántas veces protagonizamos un papel, aparentamos un personaje, decimos cosas para la tribuna muy diferentes a nuestras convicciones íntimas. ¿Cuestión de aceptación? ¿Y si fuéramos auténticos qué pasaría? ¿Es más práctico disimular la realidad para evitar habladurías? ¿Salvamos las apariencias y nos salvamos?
No haremos moralina aquí, sino valga una advertencia: si lo usa, hágalo bajo su propio riesgo y con la máxima precaución, pues no vaya a ser que se corra el telón antes de tiempo.
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